Que Dios Padre te bendiga, te muestre su rostro y te conceda la paz. Amén.
Que Dios Padre te bendiga, te muestre su rostro y te conceda la paz. Amén.
Iniciaste sesión como:
filler@godaddy.com
Inicio| Dios Padre | Autobiografía | Escritos | Salvación | Oraciones | Recomendaciones | Temas
Nací el 24 de septiembre del año 1995 en Rosario, Santa Fe, Argentina. Fui bautizada el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de María, del año 1995, en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced. Viví con mis padres en una casa humilde, soy hija única. Considero que tuve una niñez normal, sin ningún hecho sobresaliente. Recuerdo que cuando era pequeña, me gustaba pensar que existía algo mucho más grande que este Universo. No sé porqué pensaba en el Universo, quizás porque hice una maqueta sobre el sistema solar para una clase escolar.
En los primeros años de escuela fui a una escuela laica, no católica. Un día, estábamos en el salón de clases y un compañero mostró una Biblia. La maestra se molestó y explicó que no se podía llevar la Biblia a las clases porque a algunos compañeros les podría molestar, ya que la escuela no profesaba ninguna religión oficial. Yo tendría siete u ocho años en aquel entonces. Recuerdo que miraba la Biblia porque me llamaba mucho la atención y me preguntaba a mí misma: «¿De qué tratará ese libro?» ¡Qué recuerdo! Hoy, más de veinte años después, nunca me hubiese imaginado todos los hechos que me sucederían en los años siguientes y nunca me hubiese imaginado que iba a acercarme a Aquel sobre quién está escrita la Biblia.
Mi familia no era católica practicante. A pesar de ello, recibí mi primera comunión el 30 de octubre del año 2005 en la Parroquia San Antonio de Padua. En ese entonces, no fue significativo para mí porque creía muy poco en Dios o mas bien me era indiferente.
Durante mi adolescencia, me gustaba salir a pasear con amigas, los club de fans y algunas vanidades de este mundo. Viví alejada de la fe porque no pensaba en Dios, no rezaba, no asistía a la Santa Misa. Era pecadora. Ah, de haber conocido a Dios antes, jamás hubiese cometido tantos pecados. ¡Dios mío, te amo tanto, tanto, tanto! Me cuesta mucho recordar todo lo malo que hice. ¡Cómo te desprecié! Ya ves, Dios mío, no soy digna de tu amor. A pesar de mis pecados, glorifico a Dios porque, por gracia de Dios, siempre me conservé fiel a Él, es decir, pura para Él.
A los 15 o 16 años, comencé a tener pesadillas. Mis padres no me creían las cosas que me pasaban. Yo tenía terror de dormir sola y de dormir con la luz apagada. Algunas noches dormía en la habitación de mis padres con ellos y otras noches me sentaba en el comedor, esperando el amanecer. Ahora comprendo la importancia de vivir en estado de gracia para protegernos del mal. Comencé a acercarme a Dios. Un día, encontré en mi casa tres Rosarios, que eran de mi abuela materna. En ese entonces, no conocía la importancia de los sacramentales. Usaba los Rosarios todos los días como collares y aunque no rezaba, me hacían sentir protegida.
En una Navidad, fuimos a cenar a la casa de familiares. Estábamos cenando en el patio, la mesa era larga y rectangular, yo estaba sentada en una punta de la mesa. En un momento, veo que una pequeña chispa o llama de fuego cayó sobre mi pantalón, y me sacudí. Como mi pantalón era blanco, me quedó la marca de polvo. Sentía que algo malo iba a suceder y se lo dije a la tía de mi mamá. Me miró y no me dijo nada. Después de un tiempo, me puse de pie y me quedé de pie en la puerta de entrada de la casa (a unos 5 metros de donde estaban mis familiares), porque decía que algo malo iba a pasar. Después, un familiar preparó los fuegos artificiales y comenzaron a brillar en el cielo nocturno. Para verlos mejor, di unos pasos y me alejé un poco de la puerta, acercándome más al patio. En un momento, la caja de los fuegos artificiales cayó y comenzaron a estallar cerca nuestro. Comenzamos a correr y llegué primera dentro de la casa porque estaba cerca de la puerta, después fueron llegando mis demás familiares. Gracias a Dios, la caja de los fuegos artificiales cayó boca abajo y solo sufrieron quemaduras leves. Después que volvimos a la mesa, un familiar me dijo que la próxima vez avise mejor. Yo era muy joven en ese entonces y no sabía cómo eran las gracias de Dios.
A los 16 o 17 años, comencé a sentir inspiraciones que me sugerían buenas acciones. Un día, me enojé con una compañera de la escuela y me quería vengar, pero sentí una inspiración que la venganza no estaba bien, que no le haga daño. Días después, fui al baño de la escuela y vi a mi compañera llorando en el baño. Pensé: “Si ella está sufriendo, ¿quién soy yo para agregarle más dolor a su vida?” Esa fue una lección muy importante para mí. En ese tiempo también comencé a tener sueños apocalípticos y no entendía porqué tenía esos sueños. No me gustaba pensar que eso podría llegar a pasar. Yo tenía mi vida planificada: quería ser actriz, escribir canciones y escribir películas; pero eso no era lo que Dios tenía destinado para mí.
Mi conversión fue por un sueño que tuve aproximadamente a finales del año 2013: Soñé que yo estaba en un lugar que era como una Iglesia o refugio muy grande. Creo que había pasillos, pero no estoy segura realmente. Había muchas personas y familias. Era como si nos estuviéramos refugiando de algo, como si afuera hubiera una guerra. Se juntó un grupo de personas (eran muy luminosas, no sé si eran Almas Santas o Ángeles) alrededor de otras dos, quienes estaban un poco más alto, y hablaban. Sentí que necesitaban “algo”. Entonces salí (del refugio o Iglesia muy grande) a buscar ese “algo” que necesitaban. Estaba caminando y pasé por una Iglesia Católica. Las paredes y las columnas estaban destruidas, pero las estatuas estaban intactas. Las estatuas eran de Santos y/o de Ángeles (no pude distinguir nítidamente) y había una estatua principal que era de la Santísima Virgen María. Cuando pasé caminando, me miraron y me asusté (no sabía quiénes eran ellos, es decir, no conocía sobre los Santos y los Ángeles). Después, me escondí detrás de una columna un poco destruida. (No sé si me escondía de soldados o de qué me escondía). A mi derecha estaba la Santísima Virgen María y yo tenía miedo de que Ella me haga daño porque no la conocía, pero después sentí que todo lo contrario, que Ella me estaba protegiendo. Después comencé a caminar por una calle; estaba sola, no había nadie más. Mientras caminaba, sentía miedo de que alguien aparezca porque sentía que si alguien aparecía, me haría daño. Sentí que era muy peligroso (como una situación muy grave) porque había muchos asesinatos, robos, violaciones; como si no pudiera caminar tranquila. Después, aparecí en mi casa. En el patio, había dos filas de personas. Una fila de personas estaba esperando que le den alimentos. (Mucho tiempo después interpreté que puede significar hambre). Otra fila de personas estaba esperando que le pongan vacunas. (Mucho tiempo después interpreté que puede significar enfermedades). Después entré en mi casa. Comencé a caminar por el pasillo. A mi derecha estaba mi habitación, pero la luz estaba apagada, no había nada allí. Seguí caminando y al final estaba la habitación de mis padres. Me puse a buscar en el tercer cajón izquierdo de un mueble ese “algo” que yo había salido a buscar al principio del sueño, pero no lo encontré. Cerré el cajón del mueble y cuando me di vuelta vi a Dios Padre enfrente mío y a Jesús sentado a mi izquierda. Dios Padre me miraba y yo a Él. (No vi sus rostros nítidamente, no sé cómo explicarlo, sino que mas bien vi sus siluetas de pura luz). Después comencé a caminar para salir de la habitación, pero antes de salir sentí que alguien me llamó. Me di vuelta y Jesús me entregó “algo” y yo lo agarré. Recuerdo que Dios Padre me miró y yo también lo miré a Él. Después, llevé ese “algo” al lugar del principio del sueño, que era como una Iglesia o refugio muy grande. Las personas se pusieron a festejar (recuerdo que sonreí mientras veía como festejaban) y el sueño terminó. (Ese “algo” era pura luz, no pude distinguir que era, pero me pareció que era como un papel, algo escrito).
Fue una vista muy imponente, excelsa. En ese tiempo, yo era una adolescente normal, una estudiante de secundaria normal y no era muy religiosa ya que no era católica practicante. Jamás hubiese imaginado vivir aquello, de lo cual no soy digna. Este sueño no me cambió repentinamente, sino progresivamente. Durante el resto de mi vida, recordé la mirada de Dios Padre; su mirada quedó grabada en mi mente, en mi alma y en mi corazón. Cuando me pasaba algo malo, recordaba su mirada y me daba paz. Cuando me sentía sin ánimos y sin fuerzas, recordaba su mirada y esa era mi razón para seguir adelante. Pero sobre todo, cada vez que recordaba su mirada, sentía amor. A través de su mirada me quiso decir tantas cosas y yo no lo conocía. Él sabía todo lo que sucedería después y yo ni me lo imaginaba. A partir de ese entonces, me empecé a enamorar de Él, con todo lo que viviría después...
En el año 2014, empecé a conocer más sobre la Iglesia Católica. Iba a la biblioteca pública de mi ciudad para leer los libros católicos que hubiesen, porque no tenía ningún libro católico en mi casa excepto la Biblia, la cual leí completa. Encontré varios libros en la biblioteca y uno cambió mi vida: “Maravillas de Fátima” de Luis Gonzaga Da Fonseca. Conocer la historia de las apariciones de la Santísima Virgen María en Fátima cambió mi vida. Pienso que, en gran parte, me convertí gracias a ello. Dos frases de la Santísima Virgen María quedaron guardadas en mi mente y en mi corazón: “Recen, recen mucho y hagan muchos sacrificios por los pecadores porque muchas almas van al Infierno por no tener quién se sacrifique y rece por ellas”. Y la otra frase es: “Hija mía, no temas, mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”. Para mí, fue importante leer los sacrificios que los niños hicieron, especialmente los de Santa Jacinta Marto. Recuerdo unas palabras que Santa Jacinta Marto dijo, las cuales leí en el libro: “Dios mío, me cuesta tanto este sacrificio, ahora vas a poder convertir a muchos pecadores”. Esas palabras tocaron mi corazón. Cuando leí los ofrecimientos que Santa Jacinta Marto hizo por la conversión de los pecadores, pensé: “Yo quiero hacer lo mismo que ella” y así empecé mi propio camino de conversión y santidad.
Aprendí sobre los sacramentales y descubrí el Escapulario de la Virgen del Carmen. Me impresionaron sus promesas: “El que muera con el escapulario no padecerá el fuego del Infierno” y “Yo, Madre de Misericordia, libraré del Purgatorio y llevaré al Cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos hubiesen vestido mi escapulario”. Leí que un sacerdote católico debía imponer el Escapulario, entonces fui a la Parroquia Santa Rosa de Lima y pedí hablar con un sacerdote. El Padre Luis me recibió amablemente y me hizo ir muchos días. Me hablaba sobre la fe y me hizo confesar. No entendía porqué me hacía ir y no me imponía el escapulario, hasta que un día me dijo que era mejor si me lo imponía un sacerdote carmelita. Su intención probablemente era que me acercara a la fe católica y me confesara. (Creo que yo ni siquiera sabía qué era realmente la confesión, a pesar de que me había confesado una vez cuando era niña para recibir mi primera comunión).
Un día, fui a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen y el sacerdote carmelita me impuso el Escapulario de la Virgen del Carmen. A partir de ese momento, comencé a usarlo todos los días.
Comencé a asistir a la Santa Misa y cada vez asistía con más frecuencia. Así igual, comencé a confesarme frecuentemente para vivir en estado de gracia. Recuerdo que pensaba sobre las personas que asistían a la Santa Misa: "¿Cómo saben todas las respuestas de la Santa Misa ("Amén", "Te alabamos Señor", "Gloria a ti Señor Jesús") y las oraciones largas como el Credo y el Gloria?" Pensaba: ¿Algún día las aprenderé?" Después de asistir tantas veces a la Santa Misa, las había aprendí de memoria.
Rezaba muchas Novenas a la Santísima Trinidad, a Nuestra Madre Celestial y a los Santos. Mi petición era solo una: "Quiero ser Santa". Me alejé de mis amistades seculares y progresivamente de las vanidades del mundo como el maquillaje y el vestir inmodestamente. Como no trabajaba ni estudiaba, tenía mucho tiempo libre y me dediqué completamente a mi vida espiritual.
Comencé a pensar mucho en la Santísima Virgen María. Interiormente le contaba las cosas de mi vida cotidiana y, aunque no la veía ni la escuchaba, sentía su presencia en mi corazón. Comencé a tener devoción por la Santísima Virgen María y cuando le pedía ayuda, Nuestra Madre Celestial siempre, siempre, siempre me ayudó y, algunas veces, me ayudaba casi inmediatamente después de que se lo pedía. Comprendí que Nuestra Madre Celestial es tan excelsa y poderosa, ¡Dios la ama tanto! La Santísima Virgen María nos consigue muchas gracias de Dios, incluso hasta milagros. Un día, leí que un solo suspiro que la Santísima Virgen María presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los Santos.
Nuestra Madre Celestial, la Santísima Virgen María, me llevó hacia su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Comencé a sentir a Jesús en mi corazón y pensaba en Él todo el tiempo. Pensaba mucho en Jesús, meditaba sobre los Evangelios y me imaginaba los diferentes hechos evangélicos.
Una noche, estaba triste y enojada a causa de un problema de salud que era muy cansador para mí. Entonces, apenada y muy enojada, miré hacia arriba y desde mi corazón (interiormente, mentalmente) le preguntaba a Dios: “¿Para qué me creaste? ¿Para sufrir?”. Después me dormí. Esa noche tuve un sueño. Subía (pasaba) diferentes niveles (no son específicamente niveles, no sé cómo explicarlo exactamente, son lugares celestiales o mas bien realidades celestiales) y les preguntaba a los Ángeles Bienaventurados y a las Almas Santas: “¿Para dónde queda el Cielo?” Y ellos me señalaban: “Para allá”. Y les preguntaba: “¿Ahí está Dios Padre?” Y ellos me respondían que sí. (Mucho tiempo después, me di cuenta de que lo que quería preguntar realmente no era: ¿Para dónde queda el Cielo?, ya que era el Cielo, sino ¿Para dónde queda el trono de Dios?) Me resultó difícil entrar al último nivel (repito, no sé cómo explicarlo), pero al final entré. Recuerdo que había una fila, no recuerdo si era de Ángeles Bienaventurados o de Almas Santas. Cuando me acerqué un poco, vi a Dios en su trono. (No lo vi nítidamente como vemos a las personas, así con rasgos, sino como pura luz, una vista excelsa, .No vi a Dios nítidamente sino como como silueta de pura luz, de amor, de paz) Inmediatamente mi alma se arrojó hacia abajo, como quién se arroja al suelo, y me puse a llorar preguntándome a mí misma: “¿Por qué hice todo eso? (todos los pecados que cometí en mi vida) ¿Por qué fui tan mala? ¡Si Dios me ama tanto!” Mientras lo miraba, comencé a acercarme. No hice la fila, porque no tenía nada para decirle a Dios, solo quería mirarlo, contemplarlo (maravillada de lo que estaba viendo). Me acercaba del lado izquierdo de la fila (mi izquierda sería del lado derecho de Dios -que estaba en frente mío-). Cuando me acerqué lo suficiente, Dios Padre me dijo unas palabras, no recuerdo exactamente cuáles, pero fueron algo como: "Oh, princesa, viniste" o "Oh, princesa, vas a venir" (como si había ido al Cielo en ese momento o como si iba a ir después de morir), y me cargó en sus brazos; yo era como una niña pequeña. Me acerqué a Él y, preocupada y con sentimiento de culpa, le dije algo que todavía no había terminado (en mi inocencia, desconocía que Él era el juez y me escondía de los demás porque pensaba que los demás me iban a juzgar) y Él me respondió que no importaba, que todavía faltaban unos meses. (Ahora que medito en este sueño, me doy cuenta de que desde el comienzo me refugié en sus brazos) Cuando estaba frente a Dios ya no importaba nada, no había sufrimientos, todas las preguntas desaparecieron. Sólo sabía que Dios era real, lo estaba viendo; que es hermoso, que es bueno, que es perfecto, que me ama y que yo también lo amo. Todo era perfecto. No pensaba en mi vida terrenal, sólo pensaba en Dios y eso era mi plenitud. En ese momento no recordé a nadie ni nada de esta vida terrenal, estaba totalmente impactada, maravillada y sumergida en Dios, y todo estaba bien, ya no había más dolor, ni tristeza, ni dudas, todo era perfecto. Cuando lleguen al Cielo, ya no sufrirán más, todo habrá pasado. Sean buenos, vivan en estado de gracia y practiquen la caridad con el prójimo.
Nuestro Señor Jesucristo me llevó hacia su Padre. Comencé a pensar en Dios Padre. Pensaba todo el tiempo en Él. Como una niña pequeña, le hacía dibujitos y le escribía cartitas. Como no se lo podía enviar a ningún lado, las quemaba, siguiendo el ejemplo de las ofrendas del Antiguo Testamento. Pensaba que el humo de mis inocentes y humildes ofrendas llegaría hasta su trono y Él las leería.
A los pocos años de convertirme, absorta en Dios y en el Cielo, quería morirme para irme con Dios, pero tiempo después me di cuenta de que si me hubiese muerto, no hubiese habido una historia para contar.
Si Dios quiere, pronto añadiré más textos y trabajaré en los siguientes capítulos de mi autobiografía. ¿Podrías rezar por mi sanación? Muchas gracias. Dios te lo recompense.
Dios te bendiga. Mi nombre es Stefania. Te pido oraciones por mi sanación. ¡Dios te recompense por tu bondad!