Que Dios Padre te bendiga, te muestre su rostro y te conceda la paz. Amén.
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¿Qué entendéis por Cielo? El lugar en donde, desde el principio del mundo, moran los ángeles bienaventurados, y desde el día de la gloriosa Ascensión de Cristo, los justos redimidos con su sangre. (Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tomás Pegues O.P.)
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es», cara a cara (Catecismo de la Iglesia Católica, 1023)
En la Gloria del Cielo, los Bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la Voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él «ellos reinarán por los siglos de los siglos». (Catecismo de la Iglesia Católica, 1029)
¿Qué condiciones han de reunir los justos para entrar en el Cielo? Haber terminado su vida mortal y satisfecho a la justicia divina por sus pecados.
¿Puede entrar alguna alma en el Cielo inmediatamente después de la muerte? Sí; entran las de los justos que, además de morir incorporados a Cristo mediante la gracia, han satisfecho plenamente en este mundo la pena correspondiente a sus pecados.
—¿Entran también en el Cielo inmediatamente después de la muerte los niños bautizados que fallecen antes del uso de la razón? Sí; porque en el bautismo se les perdonó el pecado original, único que podía estorbarlo.
¿Sucede lo mismo a los que, ya adultos y con pecados personales, reciben con las debidas disposiciones el bautismo, y mueren antes de cometer nuevas culpas? Sí; porque el bautismo recibido con las disposiciones convenientes, tiene eficacia para aplicarles en toda su plenitud los méritos de la Pasión de Cristo.
Y los que después del bautismo han cometido pecados mortales o veniales, y no han hecho la penitencia suficiente para la remisión de la pena temporal, ¿pueden entrar inmediatamente en el Cielo si entregan el espíritu a Dios en un acto ele caridad perfecta? Sí; y especialmente si este acto es el martirio.
(Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tomás Pegues O.P.)
Hoy, en espíritu, estuve en el Cielo y vi estas inconcebibles bellezas y la felicidad que nos esperan después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas dan incesantemente honor y gloria a Dios; vi lo grande que es la felicidad en Dios que se derrama sobre todas las criaturas, haciéndolas felices; y todo honor y gloria que las hizo felices vuelve a la fuente y ellas entran en la profundidad de Dios; contemplan la vida interior de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nunca entenderán ni penetrarán. Esta fuente de felicidad es invariable en su esencia, pero siempre nueva, brotando para hacer felices a todas las criaturas. Ahora comprendo a San Pablo que dijo: Ni el ojo vio, ni oído oyó, ni entró al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman. Y Dios me dio a conocer una sola y única cosa que a sus ojos tiene el valor infinito, y éste es el amor de Dios, amor, amor y una vez más amor, y con un acto de amor puro de Dios nada puede compararse. Oh, qué inefables favores Dios concede al alma que lo ama sinceramente. Oh, felices las almas que ya aquí en la tierra gozan de sus particulares favores, y éstas son las almas pequeñas y humildes. Esta gran Majestad de Dios que conocí más profundamente, que los espíritus celestes adoran según el grado de la gracia y la jerarquía en que se dividen; al ver esta potencia y esta grandeza de Dios, mi alma no fue conmovida por espanto ni por temor, no, no absolutamente no. Mi alma fue llenada de paz y amor, y cuanto más conozco a Dios tanto más me alegro de que Él sea así. Y gozo inmensamente de su grandeza y me alegro de ser tan pequeña, porque por ser yo tan pequeña, me lleva en sus brazos y me tiene junto a su corazón. Oh Dios mío, que lástima me dan los hombres que no creen en la vida eterna; cuánto ruego por ellos para que los envuelva el rayo de la misericordia y para que Dios los abrace a su seno paterno. Oh amor, oh rey. El amor no conoce temor, pasa por todos los coros angélicos que hacen guardia delante de su trono. No tiene miedo de nadie; alcanza a Dios y se sumerge en Él como en su único tesoro. El querubín con la espada de fuego que vigila el paraíso, no tiene poder sobre él. Oh, puro amor de Dios, qué inmenso e incomparable eres. Oh, si las almas conocieran tu fuerza. (Diario de Santa Faustina Kowalska, 777-781)
¿Podemos ver a Dios mientras vivimos en este mundo? No; lo impide nuestro cuerpo mortal.
¿Podremos verlo en el Cielo? Sí; con los ojos del alma glorificada.
¿En qué se ejercitan los bienaventurados en el Cielo? En gozar desde el primer momento de una felicidad casi infinita, cual es la visión de Dios.
¿Pueden los justos en el Cielo ver la esencia divina por propia virtud, o necesitan que Dios les infunda una nueva cualidad o perfección intelectual distinta de las que ya poseían por la gracia, las virtudes y los dones? Necesitan que Dios les conceda la perfección suprema del orden sobrenatural.
¿Cómo se llama? La luz de la gloria. Es una cualidad producida por Dios en la mente de los bienaventurados que les permite unirse a la esencia divina como principio del acto de visión intelectual.
¿Qué se sigue de la unión de la esencia divina con la inteligencia de los justos, provista de la luz de la gloria? Que ven y contemplan a Dios como Dios es en Sí mismo.
¿Es este modo de ver lo que se intenta expresar con las palabras «ver a Dios cara a cara»? Sí; tal es la visión prometida en las Sagradas Escrituras, última y más noble perfección de la obra divina, puesto que hace al hombre semejante a Dios en la medida en que puede serlo una criatura.
Luego la visión de la esencia divina, ¿es el fin que Dios se propuso al crear, conservar y regir el universo? Sí; y cuando, debido a su gobierno providencial, se haya santificado el último elegido, y con su entrada en el Cielo, se complete el número de los predestinados, terminará la evolución y marcha del mundo actual, y empezará la correspondiente al estado de resurrección.
¿Podemos saber cuándo sucederá esto? No Señor; porque depende del orden de la predestinación que es el secreto más impenetrable del plan divino.
¿Interesa a los bienaventurados saber la vida de los hombres y los sucesos del mundo en que vivieron? Sí señor; porque en el mundo continúa desarrollándose el misterio de la predestinación cuyo cumplimiento ha de coincidir con su resurrección gloriosa y con la absoluta plenitud de su felicidad.
¿Saben y ven lo que sucede en la tierra? Ven en el mismo Dios los sucesos que particularmente afectan a cada uno en el orden de la predestinación.
¿Llegan a su noticia las oraciones que se les dirige y sabe las necesidades espirituales o temporales de quienes les tocan más de cerca? Ciertamente que sí, y están siempre dispuestos a atender las oraciones y proveer en las necesidades, interponiendo su valiosa influencia para con Dios.
Luego, ¿por qué no siempre experimentamos los efectos de su intercesión? Porque en el Cielo se juzga de las cosas con criterio divino, y puede suceder que no se halle bueno ni conforme con el plan de la providencia lo que, visto con criterio humano, tal nos parece.
El premio común a todos los bienaventurados es la corona real, ¿que es la misma? La corona real es la visión beatífica, la cual une los bienaventurados a Dios y constituye, en sentido propio, la vida eterna, los hace partícipes de la divinidad, y, por consiguiente, siendo Dios Rey inmortal, a quien toda gloria es debida, participan los justos de su gloria y realeza.
(Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tomás Pegues O.P.)
Sobre el grado de felicidad de los bienaventurados, nos preguntábamos si este grado es el mismo para todos. La respuesta de la doctrina católica no ofrece dudas al respecto: la bienaventuranza eterna es desigual, no en cuanto al objeto de la felicidad, que es el mismo Dios para todos, ni en cuanto a los actos del bienaventurado (visión, amor y gozo), sino en cuanto a diferentes grados de estos acto de visión, amor y gozo. Esto significa que todos los bienaventurados ven al mismo Dios, pero lo ven, lo aman y lo gozan unos más que otros. ¿De qué proviene esta diferencia del grado de felicidad de los bienaventurados? Tiene su origen en que la luz de la gloria que se recibe es distinta, porque está en relación con el grado de crecimiento en la gracia santificante obtenido en la tierra, o, lo que es lo mismo, con el grado de santidad alcanzado en el momento de la muerte. Es por esta razón teológica que se expresa que la santidad lograda en la tierra definirá el grado de gloria que se vivirá en la eternidad del cielo. ¡Ahora comenzamos a ver más claramente el sentido de una de las razones que vimos en el capítulo anterior para buscar la santidad en la tierra! Santo Tomás explica claramente que entre los que vean a Dios unos lo verán con mayor perfección que otros, y esto porque el entendimiento de unos tendrá mayor claridad de visión por tener una mayor luz de la gloria. Sin embargo esta diferencia entre la gloria en el cielo de unos y otros, que comporta una mayor perfección en la contemplación de Dios, y, como consecuencia, un mayor grado de felicidad eterna, no producirá envidia alguna ya que cada uno será tan lleno de gloria como sea capaz de recibir. Santa Teresita del Niño Jesús ejemplificaba así este misterio: decía que cada uno llegará al cielo con una determinada capacidad de gloria y felicidad, como si fuera un recipiente; algunos tendrán un recipiente pequeño, del tamaño de un dedal, y otros una tinaja enorme, pero ambos recipientes serán colmados, por lo que cada uno estará completamente saciado en su medida de felicidad, aunque el grado de gloria y la felicidad consiguiente no será el mismo. (Texto extraído de contempladores.com.ar)
El Cielo tiene grados. No es lo mismo para una persona que vivió toda su vida alejada de Dios y a último se convierte, que para un santo como Santa Teresita que vivió toda su vida entregada a Dios y sufrió grandes penalidades por ello. {El Cielo, en definitiva, es el conocimiento de Dios}. El grado de conocimiento en el Cielo será proporcional al grado de amor que hayamos tenido en esta vida. {El grado en el Cielo será proporcional a cuanto hayamos amado a Dios en esta vida}. La gloria de la Santísima Virgen María excede a la gloria de todos los Ángeles y todos Santos juntos, porque fue la que más amó a Dios. {La Santísima Virgen María es la que más conoce a Dios, porque fue la que más amó a Dios}. La persona a la que más conoces, es a la que más amas. No vamos a sentir envidia de la Santísima Virgen María, sino que vamos a pensar: ¡Qué hermosa es nuestra madre y qué bueno cuánto Dios la recompensó por su fidelidad {y por sus méritos}! Nadie va a sentir envidia en el Cielo. No vamos a decir: «Aquél tiene más gloria que yo». Al contrario, nos vamos a alegrar de ello. Ese efecto produce el amor. {En el Cielo, los grados son como si cada alma fuera un vaso}. Hay vasos de diferente medida, todos están llenos, pero cada uno tiene su propia capacidad. {En el Cielo, cada alma va a estar llena de Dios, va a estar en plenitud, pero cada una va a gozar según su capacidad de amor}. (Padre Carlos Gonzalez) Aclaración: Las palabras que están entre llaves «{ }» son las que yo agregué para completar la idea. La idea de los vasos la encontramos en Santa Teresita: En cierta ocasión, le manifesté mi extrañeza de que Dios no diera la misma gloria en el cielo a todos los elegidos y mi temor de que no todos fueran felices. Entonces Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papá y que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua. Entonces me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le dije que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos más agua de la que podían contener. Entonces mi Madre querida me hizo comprender que en el cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de esa manera el último no tendría nada qué envidiar al primero. (Santa Teresita, Historia de un alma) La santidad no es una carrera a ver quien tiene más gloria; quién se lleva el oro, la plata o el bronce. El que va al Cielo se gana todo. (Padre Carlos Gonzalez)
El Cielo no será lo mismo para un alma que tenga un alto grado de gloria como para un alma que tenga un bajo grado de gloria. Todos verán a Dios y gozarán de Él, pero cada alma lo hará en diferente grado, ¡y hay una indescriptible diferencia entre cada grado de gloria!
Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían todas las almas las gracias en igual medida. Me extrañaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían ofendido, como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir sus gracias; y cuando leía la vida de aquellos santos a los que el Señor quiso acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, retirando de su camino todos los obstáculos que pudieran impedirles elevarse hacia él y previniendo a esas almas con tales favores que no pudiesen empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en tan gran número sin haber oído ni tan siquiera pronunciar el nombre de Dios… Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez… Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas… Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos… Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina… Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. (Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma)
—¿Habrá en el cielo diversos grados y categorías, y contribuirá a la belleza y armonía del conjunto su misma diversidad y perfecta subordinación? —Sí; puesto que el grado de gloria corresponde al de gracia y caridad; pero la misma caridad cuya posesión, aun en grado mínimo, es suficiente para entrar en la gloria, hará que todos, en cierto modo, se comuniquen y hagan partícipes a los otros de su propia felicidad, y que cada uno se sienta más feliz al ver que lo son los demás. (Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tomás Pegues O.P.)
El grado de gloria corresponde al de gracia y caridad (el lugar que por sus obras les corresponda).
San Alfonso María de Ligorio contó una historia que le compartió un superior de la orden jesuita quien se le apareció después de morir y le dio un informe detallado sobre qué trato la gente puede esperar en el Cielo. Según el difunto, las recompensas del cielo no son iguales para todos los que entran, pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos: “Ahora estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada uno de nosotros. Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una persona corriente. Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros corazones están completamente satisfechos”.
Oh Santa Trinidad, Dios eterno, te agradezco por haberme permitido conocer la grandeza y la diferencia entre los grados de la gloria que dividen a las almas. Oh, qué grande es la diferencia entre un solo grado de mas profundo conocimiento de Dios. Oh, si las almas pudiesen saberlo. Oh Dios mío, si pudiera conquistar uno más, soportaría con gusto todos los tormentos que habían padecido todos los mártires juntos. De verdad, todos estos tormentos me parecen nada en comparación con la gloria que nos espera por toda la eternidad. (Diario de Santa Faustina, 605)
Sacerdote a un ángel: ¿Hay grandes diferencias de felicidad en el Cielo?
Ángel: Son tan grandes, como diversas fueron las vidas que llevaron sobre la tierra. No es la misma la felicidad morando en la superficie de Dios que morando en el interior del Sancta Sanctorum de su misterio. Esto es como la parábola del banquete de bodas: unos están al lado del Señor y otros están en el último puesto.
Sacerdote: ¿Pero todos ven a Dios?
Ángel: Sí, todos. Pero no todos gozan en el mismo grado de lo que ven.
Sacerdote: ¿No podría Dios hacer que alguien gozara más de lo que goza?
Ángel: El tiempo de vida sobre la tierra es un tiempo de forja del alma. Durante la vida os vais transformando. Aquí, en el cielo, cada uno goza en grado máximo según es. El premio es el mismo para todos: Dios. Y, sin embargo, cada uno goza en un grado. Si vuestro Padre pudiera hacer que los bienaventurados gozaran más, lo haría. ¿Qué otra cosa querría Él? ¡Os ha creado para eso! Vuestro Creador se desvela plenamente y, sin embargo, cada uno goza en un nivel determinado según su ser.
Sacerdote: O sea, es imposible que gocen más.
Ángel: Hay cosas que dependen del solo querer de Dios y otras no. Ésta depende del ser de las cosas.
Yo, en el interior de mi corazón, hice propósito de esforzarme más, cuando volviera a la tierra. El ángel sonrió y señaló a unas almas, explicándome: Esos que ves allí abajo podrían haber gozado más. Pero hubieran tenido que haber sufrido más enfermedades, más dolores, más sufrimientos y haber sufrido con amor. ¿Crees que querían en ese entonces? Su Santificador hizo lo que pudo según la generosidad de cada uno. Vuestro Padre celestial obra en vosotros lo que le dejáis. Ahora todos querrían volver a la tierra a sufrir, rezar, ayudar al prójimo y hacer el bien a los pobres, a los enfermos y necesitados de todo tipo. Pero si volvieran eso ya no tendría mérito. Ni mil martirios atroces tendrían mérito alguno.
–¿Ninguno?
–Ninguno. Una vez que han visto a Dios, el sufrimiento se haría dulce al saber con evidencia lo que ganaban. No, una vez muertos ya no hay vuelta atrás. El tiempo de merecer se acaba. Así es el ser de las cosas. Insisto, hay cosas que sólo dependen de Dios, hay otras que dependen del ser de las cosas. Dios quisiera que todos gozaran más. Pero Dios sabe que hay cosas que tienen que ser de una manera y no pueden ser de otra.
–Trataré de ser un buen sacerdote, aunque tenga que vivir como un laico.
–Trata de serlo. Dios no se deja ganar en generosidad. A Él le da lo mismo que seas un Romano Pontífice o un hombre despreciado. Toda tu eternidad valdrás solamente lo que valga tu alma. Embellece tu alma. No te despistes con las demás cosas. Dios y el alma, el resto de cosas son un mero ornato.
(Padre José Antonio Fortea, Las corrientes que riegan los Cielos)
Cuando estemos en el Cielo, todos seremos inmensamente felices. Pero hay algo que distinguir. Si los condenados sufren en proporción a los crímenes cometidos; asimismo, mientras más penitencias hayamos hecho en vida, mayor será nuestra felicidad en el cielo. (San Juan María Vianney)
En la lucha está la corona; y cuanto más combate el alma, más se multiplican los premios. Y sabiendo que, a cada victoria que se alcanza corresponde un grado de gloria eterna, ¿Cómo no alegrarnos, al vernos entregados a alcanzar muchos a lo largo de la vida? (San Pío de Pietrelcina)
Cuanto más trabajemos en la tierra, más méritos ganaremos en el Cielo (San Leopoldo)
A fines del año 1413, mientras en Roma la señora Francesca de Ponziani pasaba casi todas las noches en oración, como lo hacía con frecuencia, una luz extraordinaria invadió la habitación y de improviso se le apareció el hijo de nueve años, Giovanni Evangelista, muerto santamente hacía poco tiempo. Tenia el mismo traje, la misma estatura, las mismas actitudes, la misma fisonomía de cuando estaba vivo, pero – subrayan todos los historiadores – su belleza era incomparablemente superior. Evangelista no estaba solo. Otro jovencito de la misma edad, aunque de aspecto más resplandeciente, estaba a su lado…”. Su primer movimiento fue el de abrazar al hijo y hacerle preguntas: “¿Estás bién, querido hijo? Cuál es tu puesto en los cielos? ¿Qué haces? ¿Te acuerdas de tu madre?”. Extendió los brazos para estrecharlo, y él no se sustrajo a su ternura. Mirándola con una dulce sonrisa le dijo: “Nuestra única ocupación es la de contemplar el abismo infinito de la bondad divina, de alabar y bendecir su majestad (Dios) con un profundo respeto, una gran alegría y un amor perfecto. Como todos estamos absortos en Dios (…) no podemos sentir ningún dolor, gozamos de una paz eterna, no podemos querer y no queremos sino lo que sabemos que agrada a Dios, y ésta es toda nuestra felicidad”. Luego le dijo que se hallaba en el coro de la jerarquía menos elevada, en el coro de los arcángeles, y que el compañero que aparecía con él era un arcángel, a quien Dios enviaba hacia ella para su consuelo, con el fin de que permaneciera con ella todo el resto de su vida, siempre visible a los ojos del cuerpo. Después de una hora de coloquio, Evangelista desapareció y el ángel se quedó. (Santa Francesca Romana e il suo tempo. SEI, TORINO, 1943. p. 135-337)
Recomendación: Una de las promesas que Jesús le hizo a Santa Brígida fue que: «Se le asegura que será colocado junto al Supremo Coro de los Santos Ángeles» a quien rece las oraciones que le Él dicto.
El número de los ángeles, por lo que dice la Sagrada Escritura, es muy elevado. La Biblia nos habla de miríadas (Hebr 12, 22), de millares y millares (Dan 7,10; Apoc 5, 11), de legiones (Mt 26, 53). Los distintos nombres con que los llama la Biblia nos indican que entre ellos existe una jerarquía. Se suelen enumerar nueve coros u órdenes angélicos, fundándose en los nombres con que se les cita en la Sagrada Escritura; cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquía: serafines, querubines y tronos —dominaciones, virtudes y potestades— principados, arcángeles y ángeles. (Manual de teología dogmática, Ludwig Ott)
Un día, la Beata Estefanía Soncino fue conducida al Cielo, en visión. Allí vio a muchos que ella había conocido en esta vida, ellos estaban levantados a la misma jerarquía de los Serafines; y tuvo revelación de que ellos habían sido sublimados a tan alto grado de gloria por la perfecta unión de voluntad con que anduvieron unidos a la Santísima Voluntad de Dios acá en la tierra. (Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono)
Hablar con las demás Almas que estén en el Cielo: El Papa San Gregorio Magno habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento: “Además de todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo, porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua, luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos, contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”
Siempre me llamó la atención este versículo de las Sagradas Escrituras: «Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor». (Tobías 12, 15) Pensé que el Reino de los Cielos es como un Reino donde hay un Rey, el Buen Dios, y hay jornaleros, soldados, etc. El Rey tiene su morada en el castillo. Algunos están dentro del castillo, cerca del Rey, pero otros viven en el resto del Reino, aunque pueden visitar el castillo. Hay jornaleros, soldados, habitantes del Reino.
(Imaginemos que Dios es como una montaña) Dios no es una Montaña. Pero la analogía es el único modo para que comprendas un poco la diferencia que hay entre tú, una mota de polvo, y esa Montaña Infinita. Todos los bienaventurados ven a Dios estén donde estén, porque si se te abrieran los ojos, tus ojos ciegos, verías que la entera Montaña es Dios. Todos moran en el Ser de Dios. Pero unos en su superficie, otros más adentro. Unos pocos en el mismo corazón de este templo, en su Sancta Sanctorum.
¿Pero pueden salir de aquí y moverse con libertad por todas partes? Los moradores del cielo pueden moverse con entera libertad por toda la Montaña del Ser, por dentro y por fuera. Pueden recorrerla toda la eternidad, pues es infinita. Pero cada habitante del cielo tiene su morada propia en el corazón de Dios. Cada uno tiene su propia felicidad. Cada uno tiene su grado de felicidad esté donde esté en esta Montaña.
(Padre José Antonio Fortea, Las corrientes que riegan los Cielos)
Esta noche necesito hundirme en el infinito… Necesito olvidar la tierra… Todo me cansa aquí abajo, todo me pesa… Sólo encuentro una alegría: la de sufrir por Jesús. Pero esta alegría no gustada supera a toda alegría… La vida pasa… La eternidad se acerca a grandes pasos… Pronto viviremos de la vida misma de Jesús… Después de haber sido abrevadas en la fuente de todas las amarguras, seremos deificadas en la fuente misma de todas las alegrías y de todas las delicias… Pronto, con una sola mirada podremos comprender lo que pasa en lo más íntimo de nuestro ser… La representación de este mundo PASA… Pronto veremos unos cielos nuevos, y un sol más radiante iluminará con sus esplendores mares celestiales y horizontes infinitos… La inmensidad será nuestra heredad…, ya no estaremos prisioneros en esta tierra de destierro… ¡todo habrá PASADO…! Bogaremos con nuestro esposo celestial sobre lagos sin riberas… ¡El infinito no tiene límites, ni fondo, ni orillas…! «Animo, Jesús escucha hasta el último eco de nuestro dolor». Nuestras arpas, en este momento, están colgadas en los sauces que bordean el río de Babilonia…, pero el día de nuestra liberación ¡qué armonías haremos escuchar…, con qué gozo haremos vibrar todas las cuerdas de nuestros instrumentos…! El amor de Jesús a Celina sólo Jesús puede comprenderlo… Jesús ha hecho locuras por Celina… Que Celina haga locuras por Jesús… El amor sólo con amor se paga y las heridas de amor sólo con amor se curan. Ofrezcamos nuestros sufrimientos a Jesús para salvar almas. ¡Pobres almas…! Ellas tienen menos gracias que nosotras, y sin embargo toda la sangre de un Dios se derramó por salvarlas… Y Jesús quiere hace depender su salvación de un suspiro de nuestro corazón… ¡Qué gran misterio…! Si un solo suspiro puede salvar un alma, ¿qué no podrán hacer sufrimientos como los nuestros…? ¡No rehusemos nada a Jesús…! La campana está tocando y todavía no he escrito a mi pobre Leonia. Dale mis recuerdos y un abrazo y dile que la quiero… Que sea muy fiel a la gracia, y Jesús la bendecirá. Que pregunte a Jesús lo que quiero decirle, le doy a él mis encargos… ¡Hasta pronto…! ¡El cielo, el cielo! ¿Cuándo estaremos ya en él? (Santa Teresita)
La creación es infinita, podremos recorrerla durante toda la eternidad. Pero, aunque tendremos toda la eternidad, nunca terminaremos de recorrerla, porque es infinita.
¡Qué inexplicable es la dicha de los habitantes del Cielo!
¿Cuál es el premio común a todos los bienaventurados? La corona real, que es la visión beatífica, la cual une los bienaventurados a Dios y constituye, en sentido propio, la vida eterna, los hace partícipes de la divinidad, y, por consiguiente, siendo Dios Rey inmortal, a quien toda gloria es debida, participan los justos de su gloria y realeza.
Pero la aureola sólo a algunos corresponde, al paso que la corona es atributo de todos.
—¿Por qué tal diferencia?
—Porque la corona es el brillo o emanación luminosa producida por la bienaventuranza esencial, o visión beatífica, que a título de recompensa disfrutan todos, y la aureola es una radiación accidental procedente de la complacencia o goce con que Dios premia a algunos elegidos por acciones meritorias especiales.
—¿Pueden los ángeles ceñir aureola?
—No; porque no son de su ministerio las obras que dan derecho a poseerla.
—¿Cuáles son las obras meritorias que Dios recompensa con aureola?
—El martirio, la virginidad y el apostolado de la doctrina.
—¿Por qué? Porque imprimen en quien las ejecuta especial semejanza con Jesucristo, perfecto y soberano vencedor de los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne.
—Luego, ¿la aureola es el distintivo o condecoración de los vencedores?
—Sí; y en este sentido podemos aplicar especialmente a los mártires, vírgenes y apóstoles, las palabras que Dios pronunció hablando de los predestinados en general: El que venciere poseerá estas cosas; yo seré su Dios y él será hijo mío.
(Compendio de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tomás Pegues O.P.)
En el mismo momento vi también a cierta persona y en parte el estado de su alma y grandes pruebas que Dios enviaba a esta alma; esos sufrimientos tenían relación con su mente y en una forma tan aguda que me dio lastima y dije al Señor: ¿Por qué la tratas así? Y el Señor me contestó: Por su triple corona. Y el Señor me dio a conocer qué gloria mas inefable le espera al alma que es semejante a Jesús doliente aquí en la tierra; tal alma sera semejante a Jesús en su gloria. El Padre Celestial honrará y estimará nuestras almas en cuanto vea en nosotros la semejanza a Su Hijo. Comprendí que esta semejanza con Jesús nos es dada aquí en la tierra. Veo almas puras e inocentes a las cuales Dios administra su justicia y estas almas son las victimas que sostienen el mundo y completan lo que ha faltado a la Pasión de Jesús; son pocas estas almas. Me alegro enormemente de que Dios me haya permitido conocer a tales almas. (Diario de Santa Faustina, 604)
Conocí en el Corazón de Jesús, que para las almas elegidas en el Cielo mismo hay otro Cielo al que no todos tienen acceso sino solamente las almas elegidas. Una felicidad inconcebible en la que será sumergida el alma. Oh Dios mío, es que no logro describirlo ni siquiera en una mínima parte. Las almas están penetradas por su divinidad, pasan de claridad en claridad, luz inmutable, pero nunca monótona, siempre nueva, y que no cambia nunca. Oh Santa Trinidad, déjate conocer a las almas. (Diario de Santa Faustina, 592)
Es imposible describir el Cielo. ¿Acaso alguien puede describir cómo las almas pasan de claridad en claridad? ¿Acaso alguien explicarle la belleza de las maravillas naturales a un ciego de nacimiento? Hay que verlo para comprenderlo. Así igual es el Cielo.
¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: «los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación».
¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo» (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él «todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos» (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será «transfigurado en cuerpo de gloria» (Flp 3, 21), en «cuerpo espiritual» (1 Co 15, 44):
Este «cómo ocurrirá la resurrección» sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe.
¿Cuándo? Sin duda en el «último día» (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); «al fin del mundo» (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo: «El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).
(Catecismo de la Iglesia Católica, 997, 998. 999, 1000, 1001)
¿Qué sucederá después o al mismo tiempo que el mundo sea reducido a pavesas? Se dejará oír en todos los ámbitos de la tierra el sonido de la trompeta de que habla el Apóstol San Pablo en su primera carta a los de Tesalónica; a su voz se alzarán los muertos de sus sepulturas, y por ella convocados, comparecerán en la presencia del Juez Supremo que, para juzgarlos, descenderá del cielo apoyado en nubes de gloria y revestido de soberana majestad.
¿Quiénes resucitarán? Desde luego los fallecidos en el transcurso del tiempo desde el principio del mundo, y además todos los que vivos se hallaren en el momento de descender Jesucristo y sonar la trompeta del juicio final.
¿Resucitarán estos últimos en el sentido de pasar de la muerte a la vida? Sí señor; porque, aunque todos estos acontecimientos sean instantáneos, como parece indicar San Pablo en la primera carta a los de Corinto, sucederá que los hombres vivos un momento antes pasarán por una muerte instantánea e inmediatamente irán a ocupar el lugar que por sus obras les corresponda.
Luego, ¿resucitarán en estado glorioso los cuerpos de todos los santos venidos del Cielo, salidos del purgatorio o sorprendidos en vida mortal por los últimos acontecimientos? Sí señor; y todos juntos comparecerán ante la humanidad gloriosa de Jesucristo, cuya venida será la causa de su resurrección.
¿Resucitarán los justos con los mismos cuerpos que en este mundo tuvieron? Sí señor; con la diferencia de que entonces no tendrán deformidad ni imperfección, ni estarán sujetos a debilidad alguna, sino que, por lo contrario, poseerán cualidades y dotes que los convertirán, en cierto modo, en espirituales (LXXIX-LXXXI).
¿Quién será capaz de efectuar tan noble transformación? La omnipotencia divina que, así como sacó a los seres de la nada, puede transformarlos a su beneplácito.
¿Cuáles serán las dotes de los cuerpos gloriosos? Las de impasibilidad, sutileza, agilidad y claridad.
¿En qué consiste la impasibilidad? En el dominio y señorío absoluto del alma sobre el cuerpo en virtud del cual, éste, bajo la tutela de aquélla, estará exento y libre de toda debilidad y padecimiento.
¿Alcanza esta dote el mismo grado de perfección en los cuerpos de todos los bienaventurados? En el sentido de que a ninguno alcanzará el dolor por falta de sumisión al alma, sí señor; pero las facultades y atribuciones señoriales del alma guardarán proporción con la gloria de que disfruta, que a su vez depende del grado de intensidad en la visión beatífica.
Si los cuerpos gloriosos son impasibles, ¿serán también insensibles? No; pues tendría una sensibilidad delicadísima, exquisita. Así los ojos poseerán una agudeza visual penetrantísima, el oído finísimo audición, y así los demás sentidos percibirán los objetos propios y los comunes con una intensidad y perfección imposible de comprender ni imaginar, sin que el objeto produzca jamás molestias ni hiera a la sensibilidad, limitándose a cumplir su misión, que es proveer de materia a las percepciones más delicadas.
¿En qué consiste la sutileza de los cuerpos gloriosos? En la dote más peregrina que tener pueden, pues merced a la unión y sujeción al alma glorificada, sin perder su cualidad de verdaderos cuerpos, sin transformarse en cuerpos aéreos ni fantásticos, se tornarán puros y etéreos, sin cosa ninguna de las que ahora los hacen toscos o espesos.
Luego, ¿pierden la propiedad física de la impenetrabilidad, y pueden, en consecuencia, ocupar dos el mismo lugar, o sustraerse a las condiciones del espacio, y no ocupar ninguno? No señor; conservarán todas las dimensiones y ocupará cada uno su propio lugar.
¿Fue en virtud de la sutileza como el cuerpo glorioso de Cristo penetró en el cenáculo con las puertas cerradas? No; sino por la virtud divina de Jesucristo, y de la misma manera como nació de las purísimas entrañas de la Santísima Virgen sin desflorar su virginidad.
¿Qué entendéis por agilidad de los cuerpos gloriosos? Una dote que consiste en sujetarlos tan plena y absolutamente a los impulsos motores del alma, que los obedecerán con una prontitud y rapidez maravillosa.
¿Utilizarán los santos esta cualidad? Desde luego se servirán de ella para ir al encuentro de Jesucristo cuando venga a juzgar al mundo, y para remontarse con Él al cielo. Es posible que desde allí emprendan voluntarias y agradables excursiones, ya para ejercicio de una cualidad en que tan maravillosamente resplandece la sabiduría divina, ya también para recrearse, contemplando las ‘bellezas y embelesos del universo, pregoneros de la gloria de Dios.
¿Es instantáneo el movimiento de los cuerpos gloriosos? No; pues aunque imperceptible (tal será su rapidez), necesita algún tiempo para efectuarse.
¿Qué entendéis al decir que los cuerpos gloriosos poseen la dote de la claridad? Que el resplandor de las almas glorificadas comunicará e infiltrará en los cuerpos una claridad que los tornará luminosos y radiantes como el sol, y transparentes como el más puro cristal, y a pesar de ello, la luminosidad no borrará los colores naturales, antes por lo contrario, se amoldará a sus distintas tonalidades para realzarlos y embellecerlos y comunicarles una hermosura más divina que humana.
¿Poseerán todos los cuerpos el mismo grado de claridad? No; porque es la claridad de los cuerpos reflejo de la del alma, y, por tanto, proporcional al grado de gloria de que ésta disfruta. Por ello, que-riendo San Pablo darnos a entender algo de estas sublimes verdades, nos dice que serán los cuerpos gloriosos como los astros del firmamento, entre los que uno es el brillo del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas, y aun unas estrellas difieren de otras en brillo y claridad.
Luego el conjunto de los cuerpos gloriosos, ¿formará un cuadro de incomparable hermosura y vistosidad? Tan grandioso, sugestivo y embelesador, que los más bellos panoramas del cielo y de la tierra no podrán darnos de él idea siquiera aproximada.
¿Será facultativo en el alma glorificada dejar ver u ocultar la claridad de su cuerpo? Sí; porque de ella proviene y a sus mandatos se sujeta.
¿De qué edad resucitarán los cuerpos de los justos? De la correspondiente a la plenitud del desarrollo y energía vital.
1. Hacer consagraciones
2. Arrepentirse de todos los pecados y confesarlos ante un sacerdote católico
3. Devoción de las 3 Avemaría
4. Coronilla de la Divina Misericordia
5. Santo Rosario
Sagrado Corazón de Jesús, me consagro a Ti. Sagrado Corazón de Jesús, recuerda esta consagración cuando me presente ante Ti. Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
Dios te bendiga. Mi nombre es Stefania. Te pido oraciones por mi sanación. ¡Dios te recompense por tu bondad!